Este texto es la primera parte del resultado de un debate que estamos teniendo los diversos camaradas sobre qué es hoy lo que denominamos LUXEMBURGUISMO. En próximos números incidiremos más en las cuestiones que ahora planteamos. Y que seguirán siendo debatidas, entre nosotros y con otros proletarios.
Evidentemente, es un debate producto de cómo se está formando esta Red Luxemburguista Internacional, entre activistas y militantes que provenimos de diversas experiencias organizativas concretas. Pero, sobre todo, de por qué se está formando la RLI.
Creemos necesario que las alternativas que denominamos como luxemburguistas se hagan visibles. Más aún considerando la crisis global en la que la Humanidad está inmersa. Frente al capitalismo y frente a otras “alternativas” que han demostrado ya ser graves errores, pero que se siguen planteando y siguen atrayendo a muchos proletarios. Entre otras razones, porque alternativas como las que nosotros (y otros muchos, pues no somos los únicos) planteamos no se visualizan, son absolutamente desconocidas o minoritarias.
Está claro que si nos denominamos luxemburguistas es porque consideramos a la tendencia que continúa las posiciones de Rosa Luxemburgo la más adecuada entre las que han surgido en la historia del movimiento obrero. ¿Adecuada para qué? Para lograr ese objetivo que el proletariado se fijó desde sus inicios como clase social sometida a la explotación capitalista: la autoemancipación. Pocas expresiones organizadas del luxemburguismo ha habido, pese a que la vinculación de los planteamientos de Rosa Luxemburgo y los luxemburguistas es claramente apreciable en cada movilización de masas ocurrida en la historia reciente. ¿Conocían las masas proletarias las tesis de los luxemburguistas? No. Son los planteamientos de Rosa y sus seguidores los que se formulaban en coincidencia con las aspiraciones y los métodos de lucha de los proletarios, y no a la inversa.
No estamos de acuerdo con aquellas posiciones que sostienen que hay que “mirar sólo hacia delante”, sin atender a la propia historia del movimiento obrero. El pasado no sirve, evidentemente, para eternizar polémicas y recriminaciones. Pero sí es imprescindible para poder realizar una crítica de lo que ha sido la praxis (y la teoría) de la lucha contra la explotación, y poder plantear en el presente formas verdaderamente efectivas para lograr el objetivo revolucionario: la radical transformación de la sociedad.
El luxemburguismo trata de mantener siempre lo que fue su base de análisis, el Materialismo Histórico. Y, en concreto, su comprensión extraordinaria de algo tan complejo de percibir como es el proceso histórico. Pero también tiene que mantener la relación entre ese análisis (la teoría) y la praxis político-social. Es decir, tiene que ser capaz en cada momento de tener presente los múltiples mecanismos de cambio social y cómo todos se engarzan en un proceso real que no admite imposiciones idealistas o unidireccionales que se comprobarán absurdas. Esto implica partir siempre del análisis de la realidad concreta, no forzarla porque nuestros deseos sean cuales fueren. Y, sobre todo, no caer en posiciones simplistas que reducen la complejidad a un auténtico espantajo. Ese intento permanente podemos denominarlo mantenerse en "equilibrio inestable", mantener siempre la tensión entre elementos que se suelen considerar por lo general opuestos, pero que deben ser considerados como evidencias de las contradicciones propias de un sistema desigual como es el capitalismo.
Equilibrio entre el reconocimiento del carácter espontáneo de las luchas, de las huelgas de masas, y la necesidad y relevancia de organizarse. Ello significa:
Evidentemente, es un debate producto de cómo se está formando esta Red Luxemburguista Internacional, entre activistas y militantes que provenimos de diversas experiencias organizativas concretas. Pero, sobre todo, de por qué se está formando la RLI.
Creemos necesario que las alternativas que denominamos como luxemburguistas se hagan visibles. Más aún considerando la crisis global en la que la Humanidad está inmersa. Frente al capitalismo y frente a otras “alternativas” que han demostrado ya ser graves errores, pero que se siguen planteando y siguen atrayendo a muchos proletarios. Entre otras razones, porque alternativas como las que nosotros (y otros muchos, pues no somos los únicos) planteamos no se visualizan, son absolutamente desconocidas o minoritarias.
Está claro que si nos denominamos luxemburguistas es porque consideramos a la tendencia que continúa las posiciones de Rosa Luxemburgo la más adecuada entre las que han surgido en la historia del movimiento obrero. ¿Adecuada para qué? Para lograr ese objetivo que el proletariado se fijó desde sus inicios como clase social sometida a la explotación capitalista: la autoemancipación. Pocas expresiones organizadas del luxemburguismo ha habido, pese a que la vinculación de los planteamientos de Rosa Luxemburgo y los luxemburguistas es claramente apreciable en cada movilización de masas ocurrida en la historia reciente. ¿Conocían las masas proletarias las tesis de los luxemburguistas? No. Son los planteamientos de Rosa y sus seguidores los que se formulaban en coincidencia con las aspiraciones y los métodos de lucha de los proletarios, y no a la inversa.
No estamos de acuerdo con aquellas posiciones que sostienen que hay que “mirar sólo hacia delante”, sin atender a la propia historia del movimiento obrero. El pasado no sirve, evidentemente, para eternizar polémicas y recriminaciones. Pero sí es imprescindible para poder realizar una crítica de lo que ha sido la praxis (y la teoría) de la lucha contra la explotación, y poder plantear en el presente formas verdaderamente efectivas para lograr el objetivo revolucionario: la radical transformación de la sociedad.
El luxemburguismo trata de mantener siempre lo que fue su base de análisis, el Materialismo Histórico. Y, en concreto, su comprensión extraordinaria de algo tan complejo de percibir como es el proceso histórico. Pero también tiene que mantener la relación entre ese análisis (la teoría) y la praxis político-social. Es decir, tiene que ser capaz en cada momento de tener presente los múltiples mecanismos de cambio social y cómo todos se engarzan en un proceso real que no admite imposiciones idealistas o unidireccionales que se comprobarán absurdas. Esto implica partir siempre del análisis de la realidad concreta, no forzarla porque nuestros deseos sean cuales fueren. Y, sobre todo, no caer en posiciones simplistas que reducen la complejidad a un auténtico espantajo. Ese intento permanente podemos denominarlo mantenerse en "equilibrio inestable", mantener siempre la tensión entre elementos que se suelen considerar por lo general opuestos, pero que deben ser considerados como evidencias de las contradicciones propias de un sistema desigual como es el capitalismo.
Equilibrio entre el reconocimiento del carácter espontáneo de las luchas, de las huelgas de masas, y la necesidad y relevancia de organizarse. Ello significa:
Reconocer la imposibilidad de decidir a priori cuándo y dónde se producirán los enfrentamientos claves contra la explotación. O negar que se producirán.
Reconocer que son las condiciones materiales, el mundo de la producción material, lo que hace conformarse las conciencias para la lucha, y no la teoría "abstracta" aprendida en el seno autocomplaciente de las organizaciones partidarias. O el tamaño de éstas, su supuesta fuerza.
Y al mismo tiempo reconocer que es relevante que existan activistas, militantes, siempre y cuando sean a un tiempo proletarios que luchan. Líderes ya hemos tenido suficientes.
De ahí que nosotros hoy, como luxemburguistas, tengamos que reconocer que no sabemos dónde estallarán los procesos revolucionarios. Pero que, allá donde estemos, ayudaremos a ello. Y que tengamos que tener claro, en cada paso, que existen y existirán "partidos", tantos como propuestas de solución se den a los problemas. Pero que el único sujeto posible de la transformación social radical es la masa proletaria en su conjunto y complejidad. Una masa de la que nosotros no somos sino una parte más.
Equilibrio entre el reconocimiento de lo objetivo del proceso histórico y las posibilidades de la intervención para su transformación (lo subjetivo). Esto es lo que formula la famosa consigna Socialismo o Barbarie. Barbarie no es la barbarie capitalista, sino un sistema social distinto y posterior al derrumbe del capitalismo, cuyo fin histórico inevitable motivado por su propia evolución y contradicciones Rosa Luxemburgo pudo comprender. Eso es lo esencial de su obra "económica", especialmente La Acumulación del Capital. Eso es lo "objetivo", lo que se deduce de la propia dinámica interna del capitalismo. Pero el luxemburguismo también tiene claro que lo "subjetivo" existe y es crucial. No podemos perder de vista que la Historia la hacen los seres humanos. La lucha de clases es el motor de la historia. Este planteamiento, esta dialéctica entre las condiciones objetivas y las posibilidades de acción, nos tiene que hacer rechazar cualquier mecanicismo (en lo que muchas tendencias caen, considerando que las cosas vendrán "sólas") y también cualquier voluntarismo, cualquier consideración de que sólo por el simple convencimiento teórico o moral las cosas cambiarán. Entre otras cosas, porque sólo ante la necesidad marcada por la evolución de las condiciones materiales puede desarrollarse ese convencimiento de manera masiva. Sólo entonces la conciencia de clase podrá ser general. Y la única alternativa posible a la Barbarie, el Socialismo, podrá ser puesta en práctica.
Equilibrio entre lo que comúnmente se denominan "reforma" y "revolución". No hubo para los luxemburguistas antiguos (empezando por la propia Rosa Luxemburgo) ni debe haberla para nosotros, una separación "radical" entre ambos mecanismos. ¿Por qué? Porque la realidad del proceso histórico nos demuestra (y quien no desee verlo, allá él) que no son "momentos" distintos. Todo lo contrario: la tensión entre las posibilidades del cambio inmediato, de la mejora posible, y la necesidad de superar radicalmente los marcos sociales, siempre está presente. Es mediante la comprobación empírica de la imposibilidad de mejorar en los marcos establecidos por la sociedad capitalista como se da el salto a la lucha revolucionaria. Y en esa lucha se realizan las mejoras concretas, paso a paso, no como si una suerte de dios creara el nuevo mundo de golpe y porrazo.
De nada sirve que separemos en los laboratorios de la teoría las luchas en "reformistas" y "revolucionarias". O en "defensivas" y "ofensivas". Porque la experiencia nos muestra que las luchas pueden cambiar su "caracterización". Porque lo han hecho frecuentemente en el pasado. Algo concreto puede acabar reclamándolo todo. La lucha por la estricta supervivencia puede transformarse en la lucha por la emancipación total. Y viceversa.
Por eso hay que participar, como miembros de la clase y como miembros organizados de la clase, en las luchas que se desarrollan en nuestros ámbitos. Y apoyar, con todas las críticas que sean necesarias, otras luchas. No nos queda más remedio. Si supiéramos de antemano cual es la lucha que llevará a la revolución mundial, cual es el caballo ganador al que hay que apostar, todo sería muy sencillo. Si fuese posible adivinarlo, ¿no se habría adivinado ya?
Será en el terreno práctico, en las luchas, donde nuestros análisis y las propuestas que de ellos surjan tendrán sentido. Será en esas luchas donde habrá que defender como aspiraciones irrenunciables la igualdad y la libertad, la democracia radical, la autogestión, la socialización y la necesidad de la revolución mundial.
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