En Haití, el pueblo está en las calles. Las revueltas, masivas, tienen como origen la subida de precios de los alimentos básicos, en especial el arroz. Ese producto, clave para la alimentación de la mayoría de la población, duplicó su coste en uno de los países más pobres del planeta (y el más pobre de América): ocupa el puesto 153 según la clasificación del Índice de Desarrollo Humano (sobre un total de 177 países clasificados); la esperanza de vida no alcanza los 52 años; casi las 3/4 partes de la población vive en la pobreza y la mitad de los niños padecen desnutrición; 2/3 de los haitianos no tienen acceso a energía eléctrica y la mitad tampoco a agua potable.
Aunque el primer ministro ha sido destituido y el gobierno ha decidido una rebaja del precio del arroz (pero de tan sólo un 15%, no comparable con el alza experimentada), las movilizaciones continúan. Están siendo reprimidas brutalmente no sólo por los cuerpos represivos haitianos, sino también, y especialmente, por las tropas desplegadas por la ONU. A través de su misión Minustah, la ONU tiene (entre militares y policías) unos 9.000 efectivos en Haití, desde que el presidente Aristide fuera derrocado en un oscuro complot en el que participó muy activamente USA. Dada la compleja e incontrolable situación que se desató (una auténtica guerra civil), USA decidió que fuera la ONU quien se encargara del asunto. Así reducía gastos y frenaba la presión internacional en su contra. Desde entonces, los escándalos protagonizados por las tropas “en misión humanitaria” no han cesado, y las condiciones de vida de la población no sólo no han mejorado sino que han ido a peor (aún más).
Varias preguntas surgen: ¿Por qué Haití es cada vez más pobre? ¿Por qué han subido los precios? ¿Qué busca USA (y otras potencias) en un país tan pobre? ¿De qué ha servido la presencia de la ONU? ¿Qué hacen allí realmente esas tropas? ¿Cuál es su verdadera misión?
Es evidente que por su posición geográfica, Haití tiene un valor geoestratégico para USA. Pero, ¿justifica eso por sí sólo su intervencionismo? En nuestra opinión, no. Quizás es más útil observar si, como parece, la mano de obra haitiana, tan barata, puede ser una pieza más en la estrategia de las multinacionales, fundamentalmente en aquellas que utilizan de manera intensiva la mano de obra. Algo similar a las maquilas del textil mexicanas (la mano de obra haitiana sería aún más barata). Además, que sea pequeño y pobre no significa que no tenga campos aprovechables no para dar de comer a los haitianos, sino para la agricultura especulativa de plantación en manos de las multinacionales.
¿Y las tropas de la ONU? ¿Qué hacen allí? Tras la mentira de la misión “humanitaria” lo que realmente se esconde es el papel de la institución internacional en nuestros días (similar al de la OTAN y otros mecanismos, incluida la propia intervención directa del ejército estadounidense cuando es preciso). Ese papel no es sino el de “policía imperial”. Una fuerza coercitiva que garantiza los intereses de los verdaderos “amos del mundo”: las multinacionales y el gran capital. Y en este sentido, Haití no es sino un ejemplo más. Otro sería Irak y el control del petróleo (y el negocio, más lucrativo aún, de la destrucción –industria militar- y la reconstrucción). O Afganistán y el control de los oleoductos y gasoductos que por él transitan. Y hay muchos más.
Más allá de los viejos esquemas basados en las rivalidades imperialistas, hoy la sociedad global se nos presenta, como afirman los “autónomos” (Negri y Hardt en especial) como un “Imperio” único. Es el resultado político de la imposición de una única sociedad capitalista mundial. Y en esa sociedad está planteada otra cuestión también vinculada a lo que está pasando en Haití: la crisis energética.
Que la subida del precio de los productos agrícolas de primera necesidad está directamente vinculada con el incremento de la producción de biocombustibles es un hecho incuestionable. Que esa tendencia está condenando ya a millones de personas al hambre también. Y que podemos estar ante un futuro inmediato marcado por las hambrunas generalizadas en muchas partes del mundo es más que probable. Salvo que los proletarios cambiemos la tendencia. En ese sentido, el pueblo haitiano nos está dando una lección muy importante. Por dos motivos:
Porque está mostrándonos los resultados de la locura en la que se ha convertido nuestro modelo energético, determinado en última instancia por un modelo de desarrollo insostenible ecológicamente e incompatible con la simple supervivencia de la mayoría de la población. Un modelo que a todos nos afecta o nos va a afectar. No seamos tan necios de pensar que a nosotros no nos va a tocar.
Y porque nos está mostrando cual es el camino, el único camino, que nos queda a todos (sí, a todos) si queremos parar la locura y cambiar el rumbo de los acontecimientos: la lucha. Una lucha abierta y masiva, en la que se mezclan motivaciones económicas inmediatas (el hambre, los precios, el desempleo, la pobreza,…) y políticas (el rechazo a la presencia de tropas, a la represión, a la opresión gubernamental y de las multinacionales,…).
Rosa Luxemburgo analizó el proceso revolucionario desarrollado en Rusia hacia 1905. Utilizó para ello un concepto que una vez tras otra se ha mostrado acertado: la huelga de masas (o huelga política de masas). Esos procesos no son decretados. Surgen de manera espontánea (lo que no quiere decir que sean producto del azar). Son largos y complejos, y no siguen una línea uniforme ni trazada de antemano. Pero es deber y necesidad del proletariado, de todo el proletariado, apoyarlos, desarrollarlos, realizarlos.
Aunque el primer ministro ha sido destituido y el gobierno ha decidido una rebaja del precio del arroz (pero de tan sólo un 15%, no comparable con el alza experimentada), las movilizaciones continúan. Están siendo reprimidas brutalmente no sólo por los cuerpos represivos haitianos, sino también, y especialmente, por las tropas desplegadas por la ONU. A través de su misión Minustah, la ONU tiene (entre militares y policías) unos 9.000 efectivos en Haití, desde que el presidente Aristide fuera derrocado en un oscuro complot en el que participó muy activamente USA. Dada la compleja e incontrolable situación que se desató (una auténtica guerra civil), USA decidió que fuera la ONU quien se encargara del asunto. Así reducía gastos y frenaba la presión internacional en su contra. Desde entonces, los escándalos protagonizados por las tropas “en misión humanitaria” no han cesado, y las condiciones de vida de la población no sólo no han mejorado sino que han ido a peor (aún más).
Varias preguntas surgen: ¿Por qué Haití es cada vez más pobre? ¿Por qué han subido los precios? ¿Qué busca USA (y otras potencias) en un país tan pobre? ¿De qué ha servido la presencia de la ONU? ¿Qué hacen allí realmente esas tropas? ¿Cuál es su verdadera misión?
Es evidente que por su posición geográfica, Haití tiene un valor geoestratégico para USA. Pero, ¿justifica eso por sí sólo su intervencionismo? En nuestra opinión, no. Quizás es más útil observar si, como parece, la mano de obra haitiana, tan barata, puede ser una pieza más en la estrategia de las multinacionales, fundamentalmente en aquellas que utilizan de manera intensiva la mano de obra. Algo similar a las maquilas del textil mexicanas (la mano de obra haitiana sería aún más barata). Además, que sea pequeño y pobre no significa que no tenga campos aprovechables no para dar de comer a los haitianos, sino para la agricultura especulativa de plantación en manos de las multinacionales.
¿Y las tropas de la ONU? ¿Qué hacen allí? Tras la mentira de la misión “humanitaria” lo que realmente se esconde es el papel de la institución internacional en nuestros días (similar al de la OTAN y otros mecanismos, incluida la propia intervención directa del ejército estadounidense cuando es preciso). Ese papel no es sino el de “policía imperial”. Una fuerza coercitiva que garantiza los intereses de los verdaderos “amos del mundo”: las multinacionales y el gran capital. Y en este sentido, Haití no es sino un ejemplo más. Otro sería Irak y el control del petróleo (y el negocio, más lucrativo aún, de la destrucción –industria militar- y la reconstrucción). O Afganistán y el control de los oleoductos y gasoductos que por él transitan. Y hay muchos más.
Más allá de los viejos esquemas basados en las rivalidades imperialistas, hoy la sociedad global se nos presenta, como afirman los “autónomos” (Negri y Hardt en especial) como un “Imperio” único. Es el resultado político de la imposición de una única sociedad capitalista mundial. Y en esa sociedad está planteada otra cuestión también vinculada a lo que está pasando en Haití: la crisis energética.
Que la subida del precio de los productos agrícolas de primera necesidad está directamente vinculada con el incremento de la producción de biocombustibles es un hecho incuestionable. Que esa tendencia está condenando ya a millones de personas al hambre también. Y que podemos estar ante un futuro inmediato marcado por las hambrunas generalizadas en muchas partes del mundo es más que probable. Salvo que los proletarios cambiemos la tendencia. En ese sentido, el pueblo haitiano nos está dando una lección muy importante. Por dos motivos:
Porque está mostrándonos los resultados de la locura en la que se ha convertido nuestro modelo energético, determinado en última instancia por un modelo de desarrollo insostenible ecológicamente e incompatible con la simple supervivencia de la mayoría de la población. Un modelo que a todos nos afecta o nos va a afectar. No seamos tan necios de pensar que a nosotros no nos va a tocar.
Y porque nos está mostrando cual es el camino, el único camino, que nos queda a todos (sí, a todos) si queremos parar la locura y cambiar el rumbo de los acontecimientos: la lucha. Una lucha abierta y masiva, en la que se mezclan motivaciones económicas inmediatas (el hambre, los precios, el desempleo, la pobreza,…) y políticas (el rechazo a la presencia de tropas, a la represión, a la opresión gubernamental y de las multinacionales,…).
Rosa Luxemburgo analizó el proceso revolucionario desarrollado en Rusia hacia 1905. Utilizó para ello un concepto que una vez tras otra se ha mostrado acertado: la huelga de masas (o huelga política de masas). Esos procesos no son decretados. Surgen de manera espontánea (lo que no quiere decir que sean producto del azar). Son largos y complejos, y no siguen una línea uniforme ni trazada de antemano. Pero es deber y necesidad del proletariado, de todo el proletariado, apoyarlos, desarrollarlos, realizarlos.
1 comentario:
Even though recent events are fueled by the world recession, still even when prices are stable, many are hungry.
When Aristide tried even minor reforms, it was cause to overthrow him.
Comradely regards.
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