martes, 25 de septiembre de 2007

LENIN, PADRE DEL ARRIBISMO Y DEL OPORTUNISMO

El presente texto aborda cómo el arribismo que muchos bolcheviques denunciaron y denuncian no es fruto de una casualidad que se dio en el año 1922, sino el resultado de un sistema totalitario y excluyente de Partido. Los hechos que se sucedieron a partir del año 1922 (acceso de arribistas, antiguos zaristas y oportunistas al partido bolchevique) son consecuencia de la forma leninista de ver la revolución y de las particularidades del propio partido, y no una invasión o contaminación, como afirmara Lenin.

Analizaremos las raíces del problema, que tomaron forma en la concepción de dictadura “del proletariado” que tuvieron Lenin y más tarde su sucesor Stalin, tomando como base el libro de Maximilien Rubel “Stalin”:

La preparación de los trabajadores para la dictadura constituye una tarea organizadora que insiste en la preparación del proletariado para conseguir una organización poderosa coronada por un dictador.
Es necesario preparar la presencia de este dictador sobre el proletariado en interés de la dictadura del proletariado.
La discrepancia con este programa significa oportunismo.

Según Lenin y Trotsky[1] no es la clase obrera la que toma en sus manos el destino de la sociedad por propia iniciativa, sino que la organización fuerte y poderosa (el Partido) que gobierna sobre el proletariado, y a través de él sobre la sociedad, es la que realizará la transición al socialismo.

Rosa Luxemburg formuló una interesante y acertada crítica. Ella percibió el núcleo del problema en el experimento de crear un Partido Socialista en Rusia, donde no existía el dominio político directo de la burguesía. La centralización socialdemócrata no tenía nada en común con la subordinación mecánica de los militantes y órganos del Partido a un poder central, sino que significaba un cierto “autocentralismo”, con lo cual la vanguardia dirigente de los trabajadores ejercía, dentro de la organización del Partido, su gobierno en mayoría. Sin embargo, el centralismo pretendido por Lenin conducía forzosamente al oportunismo que él condenaba, en el que “el todavía confuso movimiento proletario (en Rusia) otorgaba el liderazgo a un puñado de dirigentes académicos”. Rosa Luxemburg detectó el mayor peligro para la socialdemocracia rusa en el esquema organizador de Lenin, pues sacrificaba el todavía joven movimiento obrero ruso a las ansias de poder de los académicos, lo encajonaba en la coraza del centralismo (burocrático por más que se le tildase de “democrático”) y denigraba a los trabajadores en lucha convirtiéndolos en el dócil instrumento de un comité.

En efecto, como Rusia se encontraba en vísperas de una revolución, era posible desplegar la libre iniciativa y el sentido político de los trabajadores en lugar de, con la guía y la instrucción política del Comité Central, dejarlos en manos de los demagogos burgueses. Con una gran sagacidad, Rosa L. ponía al descubierto el empeño de los bolcheviques por proteger al movimiento obrero de cualquier desliz mediante una tutela omnisciente y omnipresente a través de la imposición del yo de la presidencia del Partido que aniquiló el absolutismo zarista. Dicha tutela ocupaba el trono abandonado, primero como comité de conspiradores y después como comité central, y se jactaba de ser guía de la historia.

El yo de las masas de la clase obrera, como sujeto dirigente real de la historia, aprende más de sus propios errores que de la infalibilidad que le otorga la confianza del Comité Central. Rosa Luxemburg consideraba los errores de un movimiento obrero revolucionario mucho más fructíferos y valiosos históricamente que cualquier infalibilidad arbitraria. Como bien apunta dicha autora, Lenin, Trotsky y la mayoría de los bolcheviques se decidieron por la dictadura en oposición a la democracia y, con ello, por la dictadura de un puñado de personas, es decir, por la dictadura según el modelo burgués, en vez de la dictadura del proletariado. Ya apuntaba en 1918 Lenin lo siguiente: “no existe la menor contradicción entre la democracia soviética (es decir, socialista) y el empleo del poder dictatorial de una sola persona”.

Se puede llegar más lejos en la crítica al oportunismo surgido en el partido y seguir profundizando unos años atrás cuando realizó Engels la siguiente crítica a Plejanov (maestro de Lenin):

“El Nestor del marxismo ruso había sostenido que un partido marxista que ejerciera la dictadura en Rusia naturalmente no concedería libertades a nadie, excepto a nosotros. Sólo la clase obrera gozaría de esas libertades, y bajo la dirección de camaradas que han entendido bien la teoría de Marx y que deducen de ella las conclusiones exactas”.

Tan clarividente como perplejo, Engels se percató de que la aplicación de semejantes criterios llevaba a la transformación de la socialdemocracia rusa en una secta con inevitables y altamente indeseables consecuencias prácticas, o a provocar una sucesión de escisiones en la socialdemocracia rusa que el propio Plejanov lamentaría.

Marx rechazó “prescribir recetas para los fisgones del futuro” y aún menos estuvo dispuesto a entregar las directrices de los manejos revolucionarios a políticos y hombres de Estado. Obró y escribió para la clase más pobre y numerosa y no para políticos y revolucionarios profesionales, por más nobles y humanas que fueran sus intenciones respecto a esa clase. Y no hay lugar a la equivocación, ya que Marx vaticinó lo que ocurriría bajo la dictadura de esos revolucionarios profesionales, oportunistas por definición que creen tener la virtud de saber lo que está bien o lo que está mal…

Marx consideraba que las revoluciones deberían ser espontáneas y dirigidas directamente por la clase obrera, la cual por el mero hecho de existir, ya es revolucionaria y posee conciencia (Marx despertó su conciencia comunista debatiendo con trabajadores). No pensaba por tanto, como apunta el leninismo, que la conciencia llegase a las masas “desde fuera”, por obra y gracia de la “inteligencia revolucionaria socialista”. Las masas proletarias adquieren conciencia a partir de su existencia real, material. No son borregos incapaces que haya que dirigir, si lo que se persigue es una completa emancipación y no que una clase burocrática agrupada en un partido político de funcionamiento burgués oprima a la clase obrera en su propio nombre. Si se pretende libertad, tienen que ser las propias masas las que lleven a cabo dicha tarea, ya que si alguien lo hace por ellas llegamos a las consecuencias del estalinismo. Habrán de ser las masas las que disciernan qué está bien y qué está mal. Y si se equivocan, se equivocan ellos mismos, que a fin de cuentas serán quienes padezcan las consecuencias de los errores. Los jueces que se erigen en nombre del proletariado, y deciden lo que es bueno y lo que no, son simplemente tiranos, por más que se autodenominen comunistas.

El marxismo no es un dogma, es una herramienta en constante evolución que pretende la liberación de la clase obrera y no su esclavización por parte de una nueva forma de capitalismo, el Capitalismo de Estado. Ya habló Marx sobre los revolucionarios profesionales… aceleran revoluciones inmaduras dando como resultado el retraso o el aborto de la auténtica revolución… solo piensan en la subordinación a la revolución, de ideas, hombres… pero nada de ello debería ser así… es la revolución la que tiene que estar al servicio de los obreros, de sus ideas, y no al revés como pretenden los revolucionarios profesionales.

El auténtico papel de un revolucionario es que la ecuación 1 obrero = 1 revolucionario sea real, que se activen las conciencias obreras, hacer que la masa obrera con la conciencia activada sea cada vez más grande, porque cuando toda la masa sea consciente plenamente la auténtica emancipación de la clase obrera será un hecho. Los revolucionarios profesionales (en los que se apoya el leninismo) sólo buscan apoyos para hacer “su revolución”, la del capitalismo de estado donde unos pocos explotan en nombre del “Estado obrero” a la masa, donde se mantiene la alienación como en la sociedad capitalista tradicional, donde no existe la emancipación de la clase obrera.

Se debe leer a Marx y leer a Lenin, y cada persona sacará libremente sus conclusiones. Aunque no soy leninista y soy muy crítico con él, sí que le reconozco muchos aportes. Pero lo que es cierto es que muchos de los pilares de su pensamiento no son marxistas, sino un compendio de pensamientos, al servicio del antiguo populismo ruso, que utiliza el marxismo para darle cierta enjundia filosófico-económica. No llego a estar de acuerdo con Otto Rühle cuando decía: ”Lenin no era un dialéctico, sino un oportunista. Este equívoco caracteriza todo su sistema y toda su política y fue también una parte de la herencia de sus seguidores.” Y no estoy de acuerdo porque un oportunista no llega a dedicar su vida entera a un fin ni a escribir el compendio de teorías que realizó. Su forma de llegar al poder sí fue oportunista, pero no creo que sus ideas lo fueran. Se puede estar a favor o en contra (como en la mayoría de las ocasiones lo estoy yo), pero de sus escritos se pueden sacar conclusiones muy válidas, sobre todo porque de los errores del leninismo debe sacar conclusiones la clase obrera.

Las consecuencias del leninismo (y en primer lugar el stalinismo) constituyen otra derrota de la clase obrera de la cual dicha clase tiene que aprender, ya que como dijeran Marx y R. Luxemburg, uno de los caminos para llegar a la auténtica emancipación obrera es la de aprender de los errores y de los fracasos, sacando las conclusiones pertinentes. Lenin se dio cuenta tarde del monstruo que creó, intentó volver a los orígenes, pero ya era prisionero de su propia criatura… la muerte se cruzó en su camino y evitó que fuera una víctima mas de ella.
Rafael Clemente

[1] Trotsky desde 1917. Sus postulados anteriores habían sido muy críticos con las tesis leninistas, en una línea coincidente con las críticas formuladas por Rosa Luxemburg.

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